Un expedicionario europeo fue a América Central. Tenía que hacer una larga caminata y llevar una gran cantidad de paquetes hasta un pueblo escondido entre las montañas, por lo que contrató a varios indígenas para que le sirvieran de cargadores.
Luego de dos días de ardua y atropellada caminata, los cargadores indígenas se sentaron a la vera del camino y no quisieron moverse más. En silencio no respondieron a ninguna orden ni preguntas. No avanzaron.
Pasaron veinticuatro horas y al amanecer, raudos y muy despiertos tomaron los bultos nuevamente entre sus hombros y se dispusieron a seguir la ruta.
Cuando el europeo insistió que le explicaran ese cambio de conducta, el jefe indígena respondió:
-Tuvimos que esperar las veinticuatro horas, porque con tanto apuro por llegar, nos habíamos olvidado que nuestros cuerpos avanzaban más rápido que nuestras almas. Éstas se habían quedado atrasadas. Y tuvimos que esperarlas hasta que llegaran para continuar el camino juntos.
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