Asombróse entonces el rey Nabucodonosor y, levantándose apresuradamente, se dirigió a sus consejeros y dijo:
"¿No fueron tres los hombres a los que echamos atados en medio del fuego?
[...] He aquí que yo veo cuatro hombres sueltos que se pasean en medio del fuego sin que hayan padecido daño alguno, y el aspecto del cuarto es semejante a un hijo de Dios. [...] ¡Bendito sea el Dios de Sidrac, Misac y Abdénago, que ha enviado a su ángel y ha salvado a sus siervos que han confiado en Él!".
—Libro de Daniel